El Gobierno mexicano anunció un nuevo aumento al salario mínimo para 2026: un ajuste de doble dígito —reportes recientes lo colocan en torno al 13% para la tarifa general— que eleva el salario diario a poco más de 315 pesos. El Ejecutivo se mostró optimista: el aumento es una política de “justicia social” que, según sus comunicados, no tiene por qué alimentar a la inflación.
Pero la economía funciona en equilibrios. Cuando los salarios suben mucho más rápido que la producción o la productividad, los costos unitarios laborales aumentan y surgen dos preguntas incómodas: ¿quién absorbe ese mayor costo? ¿los trabajadores, las empresas o los consumidores? Este texto analiza los pros y los contras de una medida de este tipo, apoyado en evidencia, datos macroeconómicos recientes y argumentos técnicos.
Contexto macro: inflación, crecimiento y estructura productiva
Tres datos para entender el terreno:
- Aumento salarial anunciado: el incremento para 2026 ronda el 12–13% según cobertura mediática.
- Inflación reciente moderada: en la segunda mitad de 2025 la inflación anual mostró desaceleración frente a meses previos; cifras oficiales apuntaron a tasas alrededor del 3.5–4% en octubre–noviembre de 2025.
- Economía con crecimiento y productividad contenidos: las proyecciones macro muestran un crecimiento económico moderado (proyecciones de la OCDE apuntaban a un bajo crecimiento en 2025–2026), mientras que los indicadores de productividad de largo plazo en México han mostrado avances lentos y heterogéneos por sectores.
En otras palabras: el salario sube notablemente; la inflación reciente está moderada; el crecimiento y la productividad no registran un salto que justifique un aumento salarial de esa magnitud si se busca hacerlo sin efectos secundarios.
Pros (argumentos a favor del aumento del salario mínimo)
- Reducción de la pobreza y aumento del ingreso real de trabajadores pobres.
Las subidas concentradas en el tramo más bajo de la distribución salarial impactan directamente a quienes más lo necesitan: aumentan ingresos disponibles, mejoran consumo de hogares de bajos recursos y pueden reducir la pobreza monetaria si el empleo no se ve afectado. El Gobierno ha señalado que aumentos consecutivos desde 2018 han contribuido en ese sentido. - Efecto multiplicador en consumo local.
El incremento de ingresos de los trabajadores con mayor propensión a consumir se traduce en mayor demanda doméstica inmediata, lo que puede ayudar a sostener sectores de comercio local y servicios. - Incentivo a formalidad y reducción de precariedad.
Subir el salario mínimo puede empujar a empresas informales a formalizarse (cuando compensa), y hacer menos atractivas prácticas de subpago o remuneraciones por debajo de la referencia legal. - Mejoras en equidad y legitimidad social.
Más allá de números, en un contexto de desigualdad crónica, políticas salariales ambiciosas tienen un efecto simbólico y político: muestran voluntad de priorizar salarios y la calidad de vida de la fuerza laboral.
Contras (riesgos, efectos no deseados y limitaciones)
- Inflación por costos si la productividad no acompaña.
Cuando las empresas (especialmente PYMES) enfrentan un aumento salarial significativo sin mejoras en capacidad productiva o precios de venta, la reacción típica es trasladar el costo a precios. Esto es especialmente cierto donde los márgenes son estrechos o la competencia impide absorber pérdidas. La teoría y evidencia empírica muestran que, en promedio, una parte del aumento salarial puede traducirse en presiones sobre precios —el tamaño del efecto depende de la estructura de costos, la competencia y la fracción de trabajadores afectados. Estudios y análisis estilizados indican que la relación entre salarios y precios existe aunque su magnitud varía. - Impacto sobre PYMES y microempresas (la columna vertebral del empleo).
En México el 99.8% de los establecimientos son micro, pequeñas y medianas empresas; muchas operan con márgenes ajustados y escasa liquidez para absorber incrementos de costo instantáneos. Para ellas, subidas salariales abruptas pueden implicar decisiones difíciles: recortar horas, reducir plantilla, aumentar precios o desaparecer. El efecto final dependerá de medidas de acompañamiento e incentivos. - Riesgo de pérdida de empleo o de horas trabajadas en sectores intensivos en mano de obra.
La literatura sobre efectos del salario mínimo en empleo es mixta; algunos trabajos encuentran efectos limitados, otros muestran impactos en segmentos marginales o a corto plazo. En México, ciertos estudios no hallaron efectos masivos sobre el empleo en anteriores ajustes, pero la magnitud del cambio y el contexto macro importan: una subida muy por encima de la productividad puede presionar empleo en algunos nichos. - Erosión del poder adquisitivo si la inflación se acelera.
Si el aumento salarial desencadena inflación por costos, la mejora real de ingresos puede diluirse rápidamente. Esto ocurriría si los aumentos de precios generalizados anulan la mayor remuneración nominal. - Efectos heterogéneos y riesgo de mayor informalidad.
En regiones o sectores donde la competencia y los precios no permiten traspasar costos, las empresas podrían recurrir a informalidad o a subcontratación precaria para mantener márgenes.
Matices importantes (por qué no es blanco o negro)
- No todos los aumentos salariales son iguales. Una política bien diseñada (gradual, focalizada, con medidas de apoyo a PYMES y acompañada de incentivos hacia productividad) puede maximizar beneficios y minimizar costos.
- La fracción de trabajadores directamente afectada importa. Si el mínimo sólo afecta a un porcentaje relativamente pequeño de la nómina total, su impacto agregado sobre costos y precios es más limitado. Pero en México, por la estructura laboral y la concentración en micro y pequeñas empresas, la base afectada puede ser significativa.
- Contexto macro y monetario condicionan el resultado. Si Banxico y expectativas inflacionarias están bien ancladas, la probabilidad de un efecto inflación sostenido disminuye; sin embargo, la evidencia sugiere que los efectos locales por costos sí pueden aparecer si la compensación en productividad no llega. Datos de 2025 mostraban inflación moderada, pero el margen entre el aumento salarial y la inflación esperada plantea dudas sobre la sostenibilidad del poder adquisitivo sin ajustes productivos.
Qué se puede hacer para mejorar la relación salario–productividad (recomendaciones políticas)
Si el objetivo es aumentar salarios y al mismo tiempo evitar que la medida derive en inflación por costos y pérdida de empleo, las políticas deben ser complementarias:
- Gradualidad y diferenciación regional/sectorial.
Permitir transiciones más suaves para sectores intensivos en mano de obra y regiones con menor productividad. - Incentivos para PYMES (subsidios temporales, créditos blandos, exenciones fiscales condicionadas).
Acompañar el ajuste salarial con medidas que reduzcan el costo transitorio o faciliten la inversión en productividad. - Programas de aumento de productividad y capacitación ocupacional.
Vincular aumentos salariales con esquemas de productividad: formación, tecnología, mejoras de procesos y apoyo a inversiones productivas. - Mejor supervisión y coordinación macro:
Mantener comunicación entre política fiscal, monetaria y laboral para evitar choques de objetivos (inflación vs. empleo vs. redistribución). - Monitoreo y ajuste rápido:
Diseñar mecanismos de revisión y ajuste si se detectan efectos adversos importantes (por ejemplo, aceleración inflacionaria o caída de empleo en sectores clave).
Conclusión (opinión)
Subir el salario mínimo con vocación redistributiva es una política legítima y necesaria en sociedades con desigualdad marcada. Sin embargo, la justicia social y la estabilidad macroeconómica no son mutuamente excluyentes: requieren de diseño técnico. Un aumento masivo del salario mínimo sin medidas complementarias —cuando la productividad no acompaña— corre el riesgo de convertirse en inflación por costos que, en última instancia, golpee al consumidor y erosione el poder adquisitivo de quienes se buscaba beneficiar.
La decisión política de 2026 puede ser un triunfo social si va acompañada de estrategias que eleven productividad, acompañen a PYMES y preserven el empleo. Si se trata de una medida aislada, la economía real y la evidencia empírica sugieren que los riesgos son reales: presiones sobre precios, mayor estrés para micro y pequeñas empresas y efectos heterogéneos en empleo y bienestar.
En suma: la ambición redistributiva es valiosa, pero el éxito depende de la capacidad del Estado, las empresas y la sociedad para transformar ese impulso salarial en productividad real y sostenida. Subir salarios sin producir más es, a la larga, un camino complicado; subir salarios y producir mejor es la ruta que realmente mejora el bienestar.

